lunes, 26 de marzo de 2007

Alma Viviente (primera ley ontológica)

“Dios creó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz con su primera respiración el aliento de vida, y el hombre se transformó en un Alma Viviente”
(Génesis compilado por Moises)

La Biblia nos relata esto en forma muy clara, cuando afirma que después de que Dios creó al ser humano del polvo y de los elementos de la tierra, aun cuando éste estaba totalmente formado física y químicamente -y tenía toda la apariencia de un cuerpo humano- no fue sino cuando Dios le dio finalmente el soplo de vida, que se convirtió en un ser viviente y luego se le llamó un alma viviente.

El alma es nuestra parte divina, y todos sus atributos nos permiten apreciar la diferencia entre objetivo y subjetivo. Después que la materia -el ser humano- es imbuida con el Alma, se hace conciente de su propia existencia. Es la verdadera parte del ser humano, que cuando se une al cuerpo, hacen una perfecta criatura viviente. Tiene ciertas cualidades, funciones y atributos que la energía vibratoria cósmica de la materia no otorga al hombre. Sin alma en el cuerpo, el ser humano sólo es una creación material, viviente en cierto sentido, pero no viviente en el otro, y cuando abandona el cuerpo –en lo que se llama muerte- el cuerpo se convierte de nuevo en una creación material, animada de energía vibratoria cósmica, expresándose en una forma material, pero carente de existencia conciente.

Antes del nacimiento –mientras se encuentra en el útero- el cuerpo es sólo una creación material imbuida de energía vitalizada con la vida de la madre, pero no tiene alma ni es un ser humano vivo y conciente. Lo será sólo cuando toma el primer aliento y el alma entra al cuerpo.

La muerte es la separación del alma y del cuerpo, no destruye ni aniquila el alma o el cuerpo, ambos continúan expresándose en planos diferentes e independientes: uno en el plano material y el otro en el plano de la conciencia cósmica.

Desde mi perspectiva, en estos temas relacionados -de una u otra manera- con la búsqueda de la causa de la existencia (la vida, la relación entre lo finito y lo infinito, entre lo interno y lo externo, etc.), las respuestas están -y siempre estarán- dentro de nosotros mismos, y lo único que tenemos que hacer, es escuchar (en realidad, aprender a escuchar) esa voz interna, esa manifestación de nuestra relación con Dios, que nos enseña a corregir nuestra manera de pensar y nos indica una manera sabia de vivir. Como el conocimiento de nuestra relación con Dios es personal y único (cada uno de nosotros percibe o intuye a Dios de manera diferente: Dios de mi corazón, Dios de mi comprensión), entonces, en definitiva será nuestra propia conciencia la que nos entregará la respuesta que corresponde a cada uno de nosotros.

Como son varios los conceptos vertidos, les entrego definiciones que pudieran agregar luz a vuestra compresión de estos temas:

Espíritu: Energía vibratoria cósmica que fundamenta toda la materia, impregnándolo todo (cohesión-adhesión, atracción-repulsión, magnetismo). La manifestación del espíritu, son las vibraciones.

Conciencia: Es la percepción del ser, el estado de la mente que interpreta las vibraciones de la materia (nuestra conciencia no ve el objeto que percibimos, sino que una imagen de el). Es un atributo del alma. Donde No existe consciencia, NO existe mente.

Mente: Es el conocimiento que tenemos de lo externo, lo que percibimos de nuestro entorno.

Pensar: Constituye una serie de ideas que están en constante estado de fluencia en nuestro cerebro. Los pensamientos son sensaciones exteriores de cosas que vemos, olemos etc., que interrumpen el equilibrio vibratorio de la energía vibratoria cósmica dentro nuestro y exaltan dentro del cerebro una serie de otras nuevas vibraciones.