domingo, 25 de febrero de 2007

Discurso de un Místico de todos los tiempos

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Este es el discurso pronunciado por Cagliostro -uno de los más grandes místicos de su época- tras el arresto que sufrió en la Bastilla -en el año 1785- en el juicio que prosiguió a éste, donde manifestó quien era ante sus jueces. El discurso tiene más de 200 años, pero la claridad con que emite los conceptos es tal, que puede repetirse con absoluta y vigente pertinencia.

“No soy de ninguna época ni de lugar alguno: mi ser espiritual vive su experiencia eterna fuera del tiempo y del espacio y si -remontando el curso de los tiempos me sumerjo en mi pensamiento- despliego mi espíritu hacia un modo de existencia alejado del que apreciáis, me transformo en quien deseo. Participando conscientemente en el ser absoluto, regulo mi actividad según el medio que me rodea. Mi nombre es el de mi función y escojo tanto uno como otro porque soy libre. Mi país es aquel en el que fijo momentáneamente mis pasos. Vosotros -si así lo deseáis- fechad vuestro origen en el ayer enorgulleciéndoos con años vividos por antepasados que os fueron desconocidos. O, en el mañana por el ilusorio orgullo de una grandeza que nunca será la vuestra. En cuanto a mí, yo soy el que es.

“No tengo más que un padre. Respecto a este tema, diferentes circunstancias de mi vida me han hecho sospechar verdades grandes y conmovedoras. Pero los misterios de este origen y los vínculos que se unen a este padre desconocido, son secretos míos. Que los llamados a adivinarlos, a vislumbrarlos como he hecho yo, me comprendan y me aprueben. En cuanto al lugar, a la hora en que mi cuerpo material se formó sobre esta tierra, en cuanto a la familia que escogí para ello, prefiero ignorarlos. No quiero acordarme del pasado para no aumentar las responsabilidades -ya pesadas- de quienes me han conocido, pues escrito está “no derribarás al ciego”. No he nacido ni de la carne ni de la voluntad del hombre: he nacido del espíritu.

“Aquí estoy. Soy noble y viajero. Hablo y vuestra alma se estremece al recordar viejas palabras. Una voz que está con vosotros y que se había callado mucho, responde al llamamiento de la mía. Actúo y la paz vuelve a vuestros corazones, la salud a vuestro cuerpo, y la esperanza y el valor a vuestras almas. Todos los hombres son hermanos míos, me son queridos todos los países. Yo los recorro para que -en todas partes- el Espíritu pueda descender y encontrar un camino hacia vosotros. No pido a los reye -cuyo poder respeto- más que hospitalidad en sus tierras y, cuando me es concedida, paso por ellas haciendo todo el bien que me es posible. Pero no hago más que pasar. ¿Soy un noble viajero?

“Como el viento del sur, como la deslumbrante luz del mediodía que es signo de pleno conocimiento de las cosas y de la comunión activa con Dios, así voy hacia el norte, hacia la niebla y el frío, abandonando por doquier a mi paso parcelas de mi mismo, gastándome, disminuyéndome a cada parada, pero dejándoos un poco de claridad, un poco de calor, un poco de fuerza, hasta que finalmente sea detenido y fijado de manera definitiva al término de mi recorrido, cuando la rosa florezca sobre la cruz.

“¿Es que no os basta? Si fuerais hijos de Dios, si vuestra alma no fuese tan vana y tan curiosa, ya habríais comprendido. Pero necesitáis detalles, signos y parábolas. Pues bien: escuchad. Puesto que lo queréis, remontémonos a un pasado muy lejano.

“Toda la luz viene de Oriente, toda iniciación de Egipto. Como vosotros, tuve tres años, después siete y después la edad del hombre. Y, a partir de esa edad, ya no he contado más. Tres septenarios de años hacen veintiún años y fraguan la plenitud del desarrollo humano. En mi primera infancia bajo la ley de rigor y la justicia, he sufrido en el exilio al igual que Israel entre las naciones extrajeras. Pero así como Israel tenía consigo la presencia de Dios, un Metraton lo guardaba en sus caminos, de igual manera un ángel poderoso velaba sobre mí, dirigía mis actos, iluminaba mi alma y desarrollaba las fuerzas latentes en mí. El era mi guía y mi maestro.

“Mi razón se formaba y se precisaba. Me estudiaba, me interrogaba y tomaba conciencia de todo lo que me rodeaba. He hecho varios viajes, tanto alrededor del recinto de mis reflexiones como a los templos y a las cuatro partes del mundo. Pero cuando, en un arrebato de mi alma quería penetrar el origen de mi ser y ascender hacia Dios, entonces mi razón –impotente- se callaba dejándome abandonado a conjeturas.

“El amor que me empujaba hacia toda las criaturas de manera impulsiva, una ambición irresistible, un sentimiento profundo de mis derechos sobre todas las cosas desde la tierra hasta el cielo, me propulsaban y catapultaban sobre la vida. La lucha que tuve que sostener contra las potencias de este mundo fue la experiencia progresiva de mis fuerzas, de su esfera de acción, de su juego y de sus límites. Fui abandonado y tentado en el desierto. Como Jacob, he luchado con los hombres y con los demonios y vencidos estos, me han enseñado los secretos relativos al imperio de las tinieblas para que nunca pueda perderme en alguno de los caminos de los que no se vuelve.

“Un día -¡¡después de cuantos años y viajes!!- el cielo escuchó mis esfuerzos. Se acordó de mi servidor y -revestido con los hábitos nupciales- tuve la gracia de ser admitido delante del Eterno. Desde entonces recibí, como un nuevo hombre, una misión única. Libre y dueño de la vida, no pensé más que en emplearla para la obra de Dios. Sabía que el confirmaría mis actos y mis palabras, al igual que yo conformaría Su nombre y Su reino sobre la Tierra. Hay seres que ya no tienen ángeles guardianes: yo fui uno de ellos.

“Si alguno de vosotros, prosiguiendo el feliz curso de sus viajes, aborda un día estas tierras de Oriente, que me han visto nacer, basta que se acuerde de mí, que pronuncie mi nombre, y los servidores de mi padre abrirán ante él las puertas de la ciudad santa. Entonces, que vuelva para decir a sus hermanos si he abusado de un prestigio falaz entre vosotros, si en vuestras moradas cogí algo que no me pertenecía”.