domingo, 24 de diciembre de 2006

El silencio

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Siempre hemos pensado que las palabras tienen un valor muy grande y que son muy poderosas. Pero el silencio es mucho más impresionante y enigmático, y sus resultados son asombrosos. Se ha dicho que el silencio es una característica de personas sabias y controladas.

Para poder ser discípulo en la escuela griega de Pitágoras, el candidato debía pasar de dos a cinco años en total silencio: de esto dependía que alguien pudiese ser admitido en los distintos niveles de la academia. Basaban esta regla en la premisa de que si una persona podía estar tantos años en silencio, sería difícil que dijera algo incoherente o que hablase solo por hablar. El aprendizaje por medio de escuchar y observar, hacía que los estudiantes se dedicaran a la abstracción y a la contemplación. Por consiguiente, ellos mismos encontraban sus propias respuestas.

Cada vez que haya silencio a tu alrededor, escúchalo: significa que –simplemente- has de darte cuenta de él, has de ponerle atención. Escuchar el silencio despierta la dimensión de quietud dentro de ti, porque sólo la quietud te permite ser conciente del silencio. Observa que en el momento de darte cuenta del silencio que te rodea, no estás pensando. Eres conciente, pero no piensas. Cuando aceptas profundamente ese momento tal como es -tome la forma que tome- estás sereno, estás en paz.

El silencio tiene como finalidad que el hombre se conozca así mismo y comprenda su relación con Dios. Algunos usan el silencio como una forma de orar, lo cual es una costumbre muy antigua.

Muchos de los estados mentales adquiridos al practicar el silencio son estados de iluminación. Como resultado, podemos mejorar las fuerzas mentales, lo cual nos permite concentrarnos y meditar mejor. Por este medio podemos entrar en contacto con nuestro maestro interno y encontrar nuestra verdadera esencia. Al igual que es necesario controlar los pensamientos, debemos controlar también nuestras palabras, ya que son acciones en potencia cuyo efecto se manifestará al paso del tiempo.

El siguiente ejemplo dado por Mahoma les dará una idea de la importancia que tienen las palabras, los pensamientos y el silencio: Cuentan que cierto día un hombre se acercó a Mahoma y le dijo: “Soy muy desgraciado, no sé como reparar la falta que he cometido contra uno de mis amigos. Lo he acusado injustamente, lo he calumniado y ahora no sé como reparar el mal que he hecho”. Mahoma lo escuchó atentamente y le respondió: “Esto es lo que debes hacer: ve, coloca una pluma delante de todas las casas de la ciudad y vuelve a verme mañana”. El hombre hizo lo que Mahoma le indicó: colocó una pluma delante de todas las casas de la ciudad y al día siguiente volvió a verle. “Está bien”, dijo Mahoma, “ahora ve a buscar las plumas y tráelas aquí”. Unas horas después, el hombre regresó y expuso: “No pude traer ni una pluma. ¡No he encontrado ni una sola¡ Entonces Mahoma le dijo: “Lo mismo ocurre con las palabras: una vez dichas, ya no pueden ser recuperadas, se fueron volando”. Y el hombre se alejó muy triste.

Si alguien me preguntara cómo puede reparar el daño que causó con acusaciones, murmuraciones o insultos, le contaría la misma anécdota pero añadiría algo muy importante. Le diría: “Tienes que hablar de nuevo de esa persona, pero ahora dirás todo lo contrario, es decir, hablarás de sus cualidades, de sus virtudes, de sus buenas intenciones”. Y si me preguntara, “¿de esta manera repararé mi falta?”, yo le respondería: “No, esto no sería posible porque las palabras pronunciadas ya han causado destrozos en las regiones invisibles y hasta en las visibles, pero así crearás algo que contrarrestará un poco tus anteriores palabras.

Recordemos las palabras del filósofo: El principio del conocimiento es el silencio.