domingo, 17 de diciembre de 2006

Buscando La Paz

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Si preguntamos a nuestros amigos, compañeros, hermanos o familiares, cuál es la meta de su vida, la mayoría nos respondería que es el de estar en paz, en otras palabras, sentirse bien. Suena tan sencilla esta meta común: “Estar en Paz”. Sin embargo, nos encontramos constantemente ante conflictos que nos alejan de ella.

Vivimos en un mundo de continua lucha ¿por qué? En la mayoría de los casos, pensamos que se debe a que generalmente esperamos que esa paz, esa armonía tan deseada, venga a nosotros. Dicho en otras palabras, esperamos que las cosas externas estén en paz con nosotros, en vez de nosotros adaptarnos y armonizarnos con el mundo exterior. Así, surgen los conflictos, pues diferentes personas tienen conceptos distintos de lo que es la armonía, el bienestar interior y -para sentirse bien- tratan de lograr las cosas materiales que ambicionan, algunos subyugando a quienes no están de acuerdo con sus conceptos o con su autoridad. De allí que a través de la historia, hemos estado en constantes guerras, litigios, separaciones y las grandes mayorías se alejan de su deseada meta.

La Paz no mora en el mundo exterior, sino que reside en nuestra propia alma. Aunque la busquemos por diversos caminos y por todos los rincones del mundo exterior, quedará siempre muy lejos de nuestro alcance, puesto que la buscamos en donde no está. Por ello, hasta que subordinemos las exigencias materiales o mundanas, no alcanzaremos los más anhelados planos de felicidad y de Paz.

Estar en unión con Dios es estar en Paz, por eso es importante que el hombre estudie y medite en el concepto de su Dios, pues dependiendo de sus estudios y reflexiones, cambiará su idea de lo infinito. Al ampliar nuestro horizonte mental somos más comprensivos con los demás, nos hacemos conscientes de que todos formamos parte de Dios. En síntesis, de que somos una gran familia y estamos más unidos de lo que pensamos, pues para recibir el oxígeno necesario para el proceso de oxigenación de la sangre, todos respiramos del mismo aire, si estamos en un mismo lugar.

En el interior de cada uno reside la causa de cuanto pueda acontecerle, así que cada cual tiene el poder de determinar lo que ha de sucederle. Todas las cosas del universo material y visible tienen su origen en el mundo espiritual e invisible, en el mundo de los pensamientos. Este es el mundo de las causas, aquél el de los efectos: La naturaleza del efecto depende de la naturaleza de la causa. Aquello que uno viva en su mundo invisible del pensamiento, se realizará continuamente en su mundo material y visible. De manera que, si queremos cambiar nuestras condiciones actuales, debemos cambiar nuestros pensamientos: la modificación debe tener lugar en el mundo invisible de nuestra mente. Si estamos concientes de esto podremos vivir dentro de la verdad, salir de la desesperación y el negativismo, atraer salud, vigor y abundancia, y obtener Paz y Armonía.

¿Cómo se puede obtener ese entonamiento del ser con Dios? Algunos piensan que se obtiene adquiriendo riquezas materiales, poder y limitando el derecho de quienes dependen de ellos, pero estas cosas sólo hacen surgir la desarmonía en el ambiente en que se desarrollan: en su hogar, en la sociedad y en el mundo. No hay nada malo en la acumulación de cosas materiales, si para obtenerlas no sacrificamos a otros y si compartimos los dones que se nos conceden. Nunca obtendremos la armonía completa en un ambiente en que estemos rodeados de dolor y miseria, pues nuestro interior jamás podrá vibrar armónicamente con ese doloroso panorama exterior.

“Procura reservarte momentos de quietud interior y aprende entonces a discernir lo esencial de lo secundario” dice esta sencilla regla de oro, que concierne a los momentos de quietud interior y sencilla también es su observancia. Pero, siendo sencilla, sólo conduce a su objetivo si se cumple con seriedad y rigor.

Entonémonos con la armonía universal liberándonos de aquellas imperfecciones que nos alejan de nuestra meta. Sólo así podremos gozar del infinito poder que reside en nuestro ser, ese segmento del amor universal.
Para encaminar nuestros pasos hacia esa deseada meta de Paz y Armonía, podemos comenzar poniendo en práctica en nuestra vida cotidiana la acción de ocuparnos –por algunos minutos- de algo totalmente distinto a nuestras habituales ocupaciones. La naturaleza de las actividades deberá ser enteramente distinta de las tareas que llenan las demás horas del día. Esto no debe interpretarse como si lo que hagamos en esos momentos de aislamiento, no tuviese nada que ver con el contenido de nuestro trabajo diario. Al contrario, el ser humano que se dedique a buscarlos en forma apropiada, no tardará en descubrir que -gracias a ellos- adquiere la fuerza necesaria para sus quehaceres cotidianos. Tampoco hay que pensar que la observancia de esta regla, realmente pueda restar el tiempo que se necesita para cumplir con nuestros deberes: basta con que sean cinco minutos al día, si alguien realmente no dispone de más tiempo. Lo importante es cómo se empleen estos cinco minutos.

Durante ese intervalo, deberemos desligarnos por completo de nuestra vida habitual, los pensamientos y los sentimientos habrán de tener matices distintos de los que comúnmente tienen, deberá hacer desfilar ante su alma sus placeres, dolores, preocupaciones y acciones, de modo que todo lo experimentado lo contemple desde un punto de vista más elevado.

Después de aquello, invariablemente nuestra mente, nuestra conciencia se sentirá mucho más relajada y descansada.

Sólo realice este ejercicio por una semana, y entonces podrá disfrutar de otra dimensión sus problemas cotidianos.